Una vez un amigo me dijo: “Es complicado entender lo que te quiere decir la vida. En las películas cuando sucede algo bueno suena una música alegre, cuando sucede algo malo se escucha una música triste. Pero en la vida no sabes exactamente qué es lo que está pasando.”
Si quisiéramos entender lo que significa en nuestra vida cada decisión que tomamos, cada acción que tenemos, cada persona que conocemos, tendríamos que esperar a estar muertos y saber mirar atrás, de forma muy pausada y analítica, para poder interpretar y calibrar todas y cada una de las cosas que nos han sucedido. Supongo que eso es lo que hacen los biógrafos, mirar y detectar qué cosa le llevó a otra y cómo así llegó a ser la persona que fue. Supongo que por eso me gustan las biografías. Hallo cierto alivio en encontrar que, al fin y al cabo, las cosas tienen más sentido del qué parece y que es el tiempo el que se encarga de poner todo en su sitio, casi sin que tú te des cuenta, casi sin que tú intervengas. No estoy segura de creer o no en el destino, pero la verdad es que hay ciertas historias reales que parecen mágicas. Al menos tal y como las cuentan, sin los intermedios desconcertantes que tienen nuestras necesidades básicas, nuestro día a día cotidiano, nuestras rutinas más insípidas.
Conozco la historia de un tipo*, que en su proceso espiritual se dio cuenta de que lo que debía hacer era simplemente dejarse llevar, no escuchar lo que le decía su “cabecita” y aceptar todo aquello que se le ofreciera, pidiera o presentara. Decidió confiar en la vida, sin pensar demasiado en lo que se le ponía delante, dando por supuesto, que si delante estaba era por algo. Así llegó a montar distintas empresas de éxito, todo ello partiendo de cero, y sin tener previamente un interés manifiesto ni en la temática de las mismas ni en montar un negocio.
Todas estas cosas me desconciertan… Me animan también, en cierto modo. Porque le quitan cierto peso a la vida y relativizan el poder que creemos tener como directores de nuestra propia existencia. Y ese cuestionarnos si lo que hacemos tiene sentido, si nuestras elecciones son las buenas o si por el contrario nos llevan a un lugar equivocado en nuestra vida… realmente parece que carece de sentido y que no son más que ruido mental o preocupaciones que nos podríamos ahorrar y ser mucho más felices.
Pero creo que hemos nacido para preguntárnoslo. Esa tortura mental creo que tiene algún sentido. Supongo que es parte de una búsqueda. Eso que llaman el ser, o el sí mismo, o nuestra esencia… qué sé yo. Sólo sé que, a veces en el “buscar” está el “encontrar”, y que, en ese ansia de querer llegar a tu destino, se encuentra algo que va más allá de ti, algo que muchas veces andaba lejos de lo que tú creías o esperabas.
En un capítulo de la serie “Me llamo Earl”, el protagonista está en la carcel y, como actividad terapéutica, piden a todos los presos que escriban una historia que resulte creativa. Earl se pasa todo el capítulo bloqueado, escuchando y contemplando la creatividad de las historias fantasiosas de todos los personajes que le rodean. Se siente aturdido porque no considera que él mismo sea capaz de contar nada creativo. Y entonces, se sienta y se pone a escribir. Las ideas empiezan a salir. “Me puse a escribir. Hablé de lo que tenía en la cabeza. Cosas cotidianas. Nada impactante”. Le toca su turno para leer delante de los demás presos. Lee su historia. Narra una escena de él mismo cenando en un restaurante junto con su familia y allegados. Los presos le miran boquiabiertos. Cuando termina uno le dice “Lee otra vez lo de las alitas”. Earl lee: “Las alitas estaban crujientes y picantes. El apio estaba tibio y blando… Como me gustaba.” Los presos se ponen todos en pie y comienzan a aplaudir efusivamente.
¿Por qué aplauden los presos? Joseph Campbell* decía que toda obra creativa proviene de alguna manera de un inconsciente común. El creador se convierte así en una especie de vidente o chaman que “se abre” a las Musas y transmite aquello que todos quieren oír. Lo que saca a la luz es algo que estaba esperando ser extraído en todos. Por eso al oír la historia del vidente, uno responde: “¡Ajá! Esta es mi historia. Esto es algo que yo siempre había querido decir pero no podía hacerlo”. Solo es la descripción de una cena, sí, pero es la cena que todos desean tener. Esta historia es justo la que ellos necesitan oír. Es lo que necesitan imaginar. Es la imagen potencial de lo que podría ser su vida.
Supongo que esto tiene que ver con todas estas cosas marketinianas acerca de “escuchar a tu audiencia” y darles lo que piden. Pero, la verdad es que me gusta mucho más como lo dice Campbell: Tiene que haber un diálogo, una interacción entre el vidente y la comunidad. El vidente que ve cosas que la gente en la comunidad no quiere oír es simplemente ineficaz. Hasta es posible que lo eliminen […] Es preciso que haya habido una experiencia para captar el mensaje, alguna pista; de otro modo no oyes lo que te dicen.
Las historias que conectan con nosotros son aquellas que conectan con algo interno nuestro. Aquellas que hablan de nosotros mismos aunque sea de manera potencial. Las buenas historias abren la puerta de una nueva dimensión. Gracias a ellas somos capaces de otorgar un sentido a nuestra vida, de visualizar aquello que podría pasar si hiciéramos esto o lo otro. Disfrutamos viendo las posibilidades de cambio que nos ofrecen algunos personajes en el televisor de nuestra casa. Contemplamos con anhelo y esperanza lo que a ellos les sucede, porque nos dan cierta perspectiva de lo que nos sucede en nuestras vidas, y sobre todo, de lo que podría suceder en ellas.
Los mitos son pistas de las potencialidades espirituales de la vida humana, dice Campbell. Nos dan mensajes. Son historias sobre la sabiduría de la vida. Yo diría que nos ayudan a “ordenar” nuestra existencia, a “poner en su sitio” lo que nos sucede y lo que hacemos, dándonos pistas que nos ayudan a encontrarnos dentro de nosotros mismos. Por eso nos alivian… por eso las amamos.
* Referencias bibliográficas:
- El experimento Rendición, Michael A. Singer
- El poder del mito, Joseph Campbell (entrevista con Bill Moyers)