Qué haces y por qué haces algo son dos cuestiones a las que a veces damos demasiada importancia.
Parece que saber a qué dedicarte, y por qué dedicarte a ello, es algo que se pueda decidir en frío o que tras una o varias sesiones de reflexión puedas tener claro. En mi particular búsqueda del propósito he pasado bastante tiempo 1) haciendo cosas sin saber muy bien por qué, o 2) haciendo ciertas cosas simplemente porque es lo que me tocaba en ese momento (básicamente porque me pagaba las facturas). He tenido numerosos y, sobre todo, amplios periodos en los que he rumiado y rumiado todo esto, pero, siempre, lo que me ha terminado aclarando ha sido lo que me ponía a hacer de forma inevitable, aquello que, pese a no tener tiempo, o a no darme dinero, terminaba haciendo, básicamente porque quería sacarlo de la cabeza.
Así que, creo que, aunque queramos, no podemos tener atados todos los cabos. Quizás el darle muchas vueltas y enunciarlo en forma de misión u objetivos, sirva para simular que los tenemos atados y utilizarlo como un punto de partida, pero en el fondo nada válido a la larga, pues será el tiempo el que realmente diga qué se te da bien y con qué fin.
Yo, que tengo una tendencia a que los pies se me levanten del suelo con una extraordinaria facilidad, en esos periodos de reflexión tiendo a imaginarme haciendo esto o aquello o lo de más allá. En realidad todo son imágenes que no existen y que proyecto de mí misma en un futuro. “Sueños” dirán algunos, “delirios” dirán otros… Esta capacidad ensoñadora tiene sus cosas buenas. Siempre ayuda sentir que podrías hacer esto o aquello, ya que te da cierta confianza en ti mismo que no se consigue si te ciñes estrictamente a lo que ya has hecho en tu vida anteriormente. Pero también es cierto que te termina poniendo las cosas difíciles. Pensar que puedes hacer muchas cosas hace que se desplieguen delante de ti quinientas posibilidades de existencia factibles si te pones a trabajar en cualquiera de ellas. Y tener tantas posibilidades de vida se puede convertir en una gran locura.
Así que, si pensar en vacío es ilusorio y el soñar puede provocar ansiedad… Entonces ¿qué nos queda?
Me gusta mucho el relato de Sam Shepard “El hombre que curaba a los caballos”. Es el primer relato del libro de Shepard “El gran sueño del paraíso”. Es la historia de una familia que compra un caballo imposible de montar, un caballo que destroza a coces todo lo que pilla cerca. Contratan a un hombre que se dedica a educar caballos problemáticos. El tipo durante su actuación, pone al caballo en unas situaciones bastante complicadas. Le tira al suelo y le pone patas arriba. El potro se sacude e intenta levantarse una y otra vez, pero siempre vuelve a derribarle. En el último embate el caballo queda tendido en el suelo aparentemente muerto. Sin embargo, al cabo de unos minutos se despierta y se deja llevar mansamente por el corral. El domador le dice a el niño que narra la historia: “Los caballos son como los seres humanos. Tienen que conocer sus límites. Una vez los descubren son felices simplemente pastando en el campo.”
Supongo que este es el elemento clave. Seguir haciendo, explorando cuáles son nuestros límites, para una vez descubiertos poder sentirnos en paz.
Es el hacer sostenido el que nos va a terminar hablando de nosotros mismos. Y, además, me doy cuenta de que al final, en la vida las cosas se acaban decantando por sí solas. Y aquello que vas haciendo, pasito a pasito, se va quedando ahí y se va sumando a lo que haces después, y es esa suma de cosas que haces la que genera un poso suficientemente contundente como para tener una entidad propia con una forma que nunca imaginamos.
Supongo que es esta suma de estratos la que tiene que ver con lo que eres, con lo que de verdad tiene que ver contigo mismo, con lo que de verdad te apetece hacer en la vida. Y, a lo mejor, todavía es un poco informe. Quizás eso sea porque requiere más tiempo que el que nuestra cabeza le quiere permitir. Porque aunque lo queramos saber todo de nosotros mismos -ya, en este momento- a lo mejor todavía no podemos conocer algo que no está suficientemente maduro, algo que le queda camino por recorrer.
Buscamos la esencia de lo que somos, pero a veces nos perdemos entre todo el ruido que nos rodea, entre todas y cada una de las posibilidades que nuestra cabeza dispone para nosotros. Así que, para qué preocuparnos, para qué torturarnos pretendiendo saber algo que no está todavía. Dejémonos y disfrutemos haciendo. Lo que de verdad queramos hacer lo terminaremos haciendo, ¿no? Es inevitable. Solo hay que esperar y ver dónde nos lleva.
Enhorabuena por el relato y el símil tan bonito con la persistencia explicado de una forma tan amigable. Creo que en tu caso haces muy bien en escibir y relatar con tu sensibilidad tan especial.
Gracias Ximo. Me alegra que te haya gustado 🙂