El día que Eugene Smith llegó a Pittsburg llevaba consigo más de 20 maletas, un tocadiscos y cientos de discos y libros. La idea era pasar solo 3 semanas en aquella ciudad. Era el primer trabajo que tenía desde que había decidido abandonar la revista Life. Stefan Lorant era un editor privado que había contactado con él a través de Magnum, y que quería publicar un libro de la ciudad de Pittsburg conmemorando el bicentenario de la ciudad. 100 fotografías, 3 semanas de trabajo. En principio sonaba bien. Además, esta vez había atado bien que él se haría cargo de la edición final. Al fin y al cabo, había dejado la revista más reputada del país, y un salario muy contundente, por no poder tener el control total de sus reportajes. Cuando llegó a la ciudad, la atravesó de lado a lado. Era una de las mayores ciudades industriales de los estados. Fábricas, un río, distintas nacionalidades y razas conviviendo juntas. Lorant le había pedido que las imágenes ilustraran el renacimiento de la ciudad, la vida presente en las calles, pero, en realidad se trataba de hacer un lavado de cara a una ciudad que luchaba contra la polución y cuyo deterioro ambiental podía interponerse en futuras inversiones en la misma.
Eugene pasó las 3 semanas acordadas vagando por la ciudad y leyendo su historia. Lorant empezó a impacientarse. No sabía lo que le esperaba.
Durante su última etapa en Life, Eugene había creado sus reportajes fotográficos más reputados: El doctor de campo, La enfermera-comadrona, El pueblo español… Pasaba días o semanas observando el lugar y a la gente antes de disparar por primera vez su cámara. Luego hacía miles de fotografías para un reportaje de pocas páginas. Y mantenía una pelea continua con sus editores por tener el dominio de su trabajo. Consideraba que el trabajo del fotógrafo no terminaba una vez realizados los negativos. Eso no era más que el material en bruto, que podías pulir en el positivado e incluso editar para la puesta en página. Los editores de Life argumentaban que no era razonable, y que era el único fotógrafo de la plantilla con el que tenían problemas al respecto. Smith era obsesivo en sus hábitos. Trabajaba durante 3 o 4 días seguidos sin dormir y después colapsaba. Su salud no era muy buena, tenía frecuentes migrañas que solo aliviaba escuchando música y trabajando. Consumía drogas y alcohol. Pasaba poco tiempo con su familia, lo cual le generaba sentimientos de culpa, y les escribía frecuentes y largas cartas.
Smith pasó todo 1955 trabajando en el proyecto de Pittsburg. Lo convirtió en “su proyecto”, un ensayo fotográfico que adquirió dimensiones titánicas. Durante 1956 y 1957 regresó a Pittsburg a continuar con lo que se había convertido en su misión. Durante estos años realizó 17.000 negativos, y durante 1958 trabajó incansablemente en el laboratorio, financiando él mismo su trabajo y pidiendo “inyecciones” económicas frecuentes a su familia adinerada. En sus notas y cartas, él se refería a su trabajo como sus fotografías más maravillosas y delicadas, un foto-ensayo de escala sinfónica que comparaba con el Ulises de Joyce o la novena de Beethoven.
En 1955 Magnum se da cuenta de las dimensiones que estaba tomando el proyecto y decide “ponerle” a un ayudante que trabajara con él, diariamente, en el laboratorio. A las 3 de la tarde se metían en el cuarto oscuro y no salían hasta que amanecía al día siguiente. Eugene colgaba por todo el apartamento tablones llenos de fotografías y numeraciones. Incluso en el pasillo de uno de los edificios en los que trabajaron algunos vecinos recordaban haber visto colgadas imágenes que convivían con las ratas del portal.
A finales del 55 Eugene mantiene un explosivo encuentro con Lorant y decide darle unos cientos de fotos para que él mismo las utilice de la manera que crea conveniente. Lorant las utiliza para el capítulo “Renacimiento” previsto para su libro conmemorativo, y no sabemos, porque nunca lo llega a decir, si echa en falta la calidez que buscaba en su encargo. “La ciudad era fría, por eso la retraté con frialdad” afirma Eugene en 1977 poco antes de su muerte.
Durante los años siguientes, Eugene sigue trabajando sin descanso. Quiere publicar un libro, que ofrece a varias entidades importantes. Varias deciden comprar el proyecto por una cantidad ingente (hasta 25.000 dólares de la época), pero Eugene los rechaza por no darle el absoluto control de la edición final. Al final malvende por 1.900 dólares a una revista que le da el dominio total, y en 1959 publica en ésta un artículo llamado “Paseo Laberíntico”.
Eugene siente este proyecto como un fracaso durante toda su vida. Durante los siguientes años continúa realizando ensayos de alto valor fotográfico y social, como Minamata, un ensayo fotográfico realizado entre 1971 y 1975 sobre los efectos de la polución industrial en un pueblo pesquero de Japón. Pero en su cabeza Pittsburg sigue siempre latente, y presente en sus listas de proyectos pendientes. Pittsburg representa la meta que nunca pudo alcanzar. “La maravilla de lo imposible” lo llama en una de sus cartas. “No hay forma de terminar un proyecto así”. Eugene se identifica con Ícaro, el personaje de la mitología griega que vuela demasiado cerca del sol. Dédalo, el padre de Ícaro fabrica unas alas para huir de la isla en la que estaban retenidos. Une plumas de pájaro con cera, y antes de despegar advierte a su hijo que no vuele demasiado alto porque el sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Ícaro no hace caso de sus consejos y cae al mar. Durante esta época, uno de los editores que Smith rechaza por no concederle la autonomía que pedía, le pregunta mordazmente “¿Cómo fue el vuelo, Ícaro?”
La historia de Smith me atrae y me seduce de una manera muy visceral. Smith quería cambiar el mundo con sus imágenes. Él sabía que su mirada era especial y que podía aportar “verdad” a los demás. Mucho antes, en 1944, le dice en una carta a su mujer “Estoy buscando aquello que es verdadero en mi corazón, y cuando lo consiga podré decir Esto es, así es cómo me siento, esta es mi honesta interpretación del mundo; no está influida por el dinero, los engaños o las presiones de los demás, excepto por la propia presión de mi alma”. En Pittsburg, 10 años más tarde, encuentra su gran reto. Creo que podría haber sido cualquier ciudad, porque su proyecto era tan amplio y tan universal que en realidad no nos habla de la ciudad propiamente dicha, sino de las personas y su relación con el trabajo. Pero sobre todo, creo que era un trabajo que hablaba de sí mismo, de sus experiencias, de sus múltiples referentes. Opino que cualquier buen proyecto debería ser un espejo del alma del autor. Pero, en este caso el espejo nos devuelve un reflejo tan contundente y complejo que ni siquiera su autor es capaz de asimilarlo o aceptarlo. Smith nunca concluye su proyecto, quizás no deja de ver facetas nuevas, complementarias o paradójicas en aquella ¿ciudad?.
Smith me atrae por su pasión y su deseo de aportar algo grandioso al mundo. Su confianza en sus capacidades se torna egótica e incluso arrogante, pero a la vez revela una clara falta de confianza en sí mismo. Su proyecto nunca es lo suficientemente bueno para salir a la luz, porque su marco de comprensión del mundo es muy rígido. En una de sus cartas le dice a su mujer “Soy infeliz porque no comprometo mis creencias a presiones comerciales. No puedo relajarme y vivir una vida normal porque siempre tengo que estar en guerra con lo que considero bueno o malo.” Él se erige juez de lo que ve, pero sobre todo de sí mismo. Esa no-aceptación de lo que hay, de las normas y los contratos de las revistas y agencias, se convierte en una trampa para su propio proyecto. Me resulta curioso que aquello de lo que se quejó durante toda su carrera profesional, esa falta de control sobre su trabajo, era lo que realmente necesitaba, alguien que acotara esa fuente desmesurada de creación, alguien que recortara y convirtiera en manejable un proyecto que había dejado de ser sostenible y saludable.
Su historia habla de muchas cosas importantes para el emprendimiento. Habla, en términos negativos o de carencia, de la sostenibilidad de los proyectos, de la capacidad para manejarlos, de la importancia de no estar sólo, del equipo, de la aceptación y flexibilidad ante la transformación del proyecto y ante los posibles obstáculos que nos encontremos. Pero también habla, en términos positivos, de la pasión, de la necesidad de aportar algo al mundo, de la mímesis de un autor con su proyecto. Y sobre todo, de esa línea subjetiva que hace que miremos nuestro proyecto en términos de éxito o fracaso. Smith se fue con la consciencia de haber fracasado en Pittsburg, sin embargo, el mundo le recuerda como una leyenda, y Pittsburg como uno de los mejores ensayos fotográficos que él hizo y que han pasado, sin duda alguna, a la historia de la fotografía.